martes, 27 de junio de 2017

LA ESPIRITUALIDAD DE LOS NATIVOS (Sioux) 2ºParte.



Walter Minor


La finalidad de haber mostrado este excelente trabajo en dos partes, es para que podamos ver al nativo desde la esencia y logremos así, ir entendiendo su comportamiento, que está sustentado en la espiritualidad, en el respeto por la naturaleza, en la comprensión.

De este modo, podremos comparar y tener referencias válidas, cuando nos enfrentemos a situaciones que la historia dejó plasmada en relatos y que sean difíciles de descifrar.

No saber como pensaban los nativos, indios u originarios, como quieran llamarlos, nos va a llevar a no entender muchas de sus acciones, porque sencillamente no es la cultura que se nos inculcó desde pequeños a nosotros, lo que no quiere decir, que tengamos el accionar correcto y ellos el equivocado, o viceversa.

Sin más que aportar, pasemos a la segunda y última parte de este interesante texto


Ultima parte de la introducción al libro “La Pipa sagrada” (Sioux), hecha por Frithjof Schuon


Antes de ir más lejos, debemos responder a una objeción que podría surgir del hecho de que los «Cuatro Vientos», en la doctrina de los sioux, parecen corresponder a una función bastante secundaria de la Divinidad, que se divide en cuatro aspectos subdivididos cuatro veces; ahora bien, aparte de que no es el simbolismo mitológico de los Sioux lo que nos proponemos estudiar aquí en primer lugar, sino la metafísica de la Cuaternidad que se transparenta en todas las variantes de la tradición india, la doctrina sioux reconoce los cuatro Principios, mediante una notable derogación de la jerarquía mitológica ordinaria, una preeminencia sobre las demás Divinidades, y esto indica claramente que, en el rito del Calumet, o más bien en la perspectiva con él vinculada, los puntos cardinales representan las cuatro Manifestaciones divinas esenciales y, por consiguiente, también sus Prototipos en el Ser. 
Es necesario, por lo demás, no olvidar nunca que, para otros indios, el simbolismo toma formas muy diferentes de las que poseen los sioux: así, para no citar más que este ejemplo, en los arapaho, los cuatro principios están simbolizados por cuatro «Ancianos» que, emanados del «Sol», velan por los habitantes del mundo terrestre, y a quienes atribuye simbólicamente el día (Sureste), el verano (Suroeste), la noche (Noroeste) y el invierno (Nordeste); por último, conviene hacer notar que la Cuaternidad es a menudo considerada como si constituyera en el fondo una «Duodecimidad », y cada uno de sus elementos es concebido según tres aspectos, haciendo abstracción del eje vertical Cielo-Tierra que añade a la Cuaternidad dos elementos nuevos aunque de otro orden.
Dicho esto, volvamos a la consideración de los cuatro Principios en sí mismos: se podría también, siempre partiendo del «Oeste» hacia el «Norte», designar a los cuatro «Lugares Cósmicos» respectivamente con los términos siguientes: «Humedad», «Frío»,
«Sequedad», «Calor»; el aspecto negativo correlativo de la humedad es la oscuridad, y el aspecto positivo correlativo de la sequedad es la luz. El «Ave del Trueno» (Wakinyan Tanka), que habita en el Oeste y que protege a la tierra y a la vegetación contra la sequedad y la muerte, es descrito como lanzando relámpagos por los ojos y produciendo el trueno con alas la analogía con la Revelación del Sinaí, acompañada de «truenos», de «relámpagos» y de una «nube espesa», es tanto más impresionante cuanto que el acontecimiento bíblico tuvo lugar en un peñasco, y que la mitología india establece precisamente un vínculo entre el «Ave del Trueno» y el «Peñasco», tal como veremos a continuación.
En cuanto a la asimilación simbólica de la Revelación al Oeste, puede parecer insólita y paradójica, pero no hay que perder nunca de vista que los puntos cardinales tienen aquí forzosamente un significado positivo: el Oeste no será, pues, lo contrario del Este, a saber, la «Oscuridad» y la «Ignorancia», sino su complemento positivo, por tanto la «Lluvia» y la «Gracia». Uno podría sorprenderse, por otra parte, del hecho de que la tradición india establezca un vínculo simbólico entre el «Viento del Oeste», portador del trueno y de la lluvia, y el «Peñasco», personificación «angélica» o «semidivina» de un aspecto cósmico de Wakan-Tanka: esta aproximación es, no obstante, plausible, pues el peñasco reúne en sí mismo los mismos aspectos complementarios que la tormenta: el aspecto terrible por su dureza destructiva es, para los indios, símbolo de destrucción, de ahí las armas de piedra, con las que deben naturalmente relacionarse las «piedras del rayo» y el aspecto de Gracia por el hecho de que da nacimiento a fuentes que, como la lluvia, riegan el país.
Los cuatro «Vientos» son como las «Potencias productoras» (en el sentido del término sánscrito Shakti) de las «Regiones del Mundo», y se conciben como dando la vuelta al horizonte y determinando la vida terrestre mediante sus influencias combinadas. El viento es como el «aliento» del mundo terrestre en el que vivimos; representa así la «respiración » cósmica. El «aliento» es en cierto sentido el vehículo del «alma» o del «espíritu»; de ahí la conexión etimológica de estas palabras en muchas lenguas; pero es también el vehículo activo de la vida, pues él es quien alimenta y purifica la sangre, soporte pasivo e inferior del elemento vital. El «aliento» es, pues, al mismo tiempo, el «alma» de la «vida », y está hecho así a imagen del Verbo divino cuyo «Aliento» creador ha hecho al hombre.
Los puntos cardinales están asociados simbólicamente, ya lo hemos dicho, a cuatro
Divinidades, designadas de diversas maneras y que personifican otros tantos aspectos complementarios del Espíritu universal; éste los une en sí mismo, como los colores se unen en la luz; y él «es» Wakan-Tanka en el sentido que se identifica a Dios en virtud de la unicidad de Esencia, como la luz se identifica esencialmente al Sol. Según la cosmología de los sioux, estas cuatro Divinidades —o «semi-Divinidades»— se subdividen a su vez cada una en cuatro entidades jerarquizadas, que llevan los nombres más diversos, tales como «Sol», «Luna», «Bisonte», «Alma», y que indican otras tantas ramificaciones o reflejos del Espíritu en el cosmos; estas ramificaciones no son otra cosa que los ángeles secundarios cuyas innumerables modalidades penetran hasta los confines de lo creado.
Los sioux establecen una relación analógica entre los «Cuatro Vientos» y los cuatro períodos cíclicos, simbolizados por las cuatro plumas de águila que adornan el «círculo sagrado» utilizado en la «Danza del Sol» y en otras ocasiones; el primer período es el de la «Piedra»; el segundo, el del «Arco»; el tercero, el del «Fuego», el cuarto, el de la «Pipa », representando cada uno de estos símbolos el medio espiritual del período respectivo.
Así mismo, hay cuatro edades a través de las cuales toda cosa creada debe pasar: la primera es el Sur, que es amarillo y es la fuente de toda vida, y ésta es la primera edad en un ciclo histórico, la segunda es el Oeste, que es negro; la tercera es el Norte, que es blanco; y la cuarta, el Este, que es rojo: la humanidad terrestre se halla actualmente en la cuarta edad, que se terminará con un gran desastre. 

Esta repartición, que atribuye la «Edad de oro» al Sur y la «Edad de hierro» al Este, mientras que las demás doctrinas tradicionales atribuyen la primera al Norte y la segunda al Oeste, puede sorprender a primera vista, pero hay que tener en cuenta aquí dos cosas: primeramente, en lo que concierne a la «Edad de oro» —el Krita-Yuga hindú—, si bien es exacto atribuirlo al Norte en razón de la situación polar del Paraíso terrestre, no es menos cierto que, de hecho, el polo actual está cubierto de hielo y que, desde el punto de vista «cualitativo», es el Sur el que corresponde efectivamente al Paraíso y, por consiguiente, a la «Edad de oro», de modo que el simbolismo en cuestión puede fundarse en el calor y la fertilidad del Sur así como en la situación hiperbórea del Jardín primordial; en segundo lugar, en lo que concierne a la «Edad de hierro» —el Kali-Yuga—, si bien es evidentemente justo atribuirlo, según la perspectiva geográfica del «Viejo Mundo», al Oeste, ya que es allí donde el sol se pone y donde ha tenido nacimiento el materialismo moderno que extiende sus tinieblas a la humanidad entera, no es menos cierto que, para los pieles rojas, este materialismo destructor de la Naturaleza viene del Este; es allí donde se sitúa lo que, para los orientales, es el «oscuro Occidente» y es de allí de donde han venido estos «espíritus» (washichun) de rostros pálidos que han exterminado a la raza roja; pero esto no impide en modo alguno que el Salvador universal, el Mesías esperado por todos los pueblos para el fin de la «Edad de hierro», venga igualmente del Este, de modo que el simbolismo solar de esta dirección permanece intacto en la teoría sioux de los cuatro períodos cíclicos.
En el mismo orden de ideas, la cosmología de los cheyennes insiste en la posición ártica de la sede de la Tradición primordial: sitúa el Paraíso terrestre en el extremo Norte, en una isla surgida de las aguas primordiales, en la que reinaba una primavera perpetua y en la que los hombres y los animales hablaban la misma lengua; este relato describe a continuación las tribulaciones, en particular dos diluvios, después de las cuales la raza roja —o más bien sus antepasados primordiales— se estableció definitivamente en el Sur, convertido a su vez en una región fértil.
No queremos olvidarnos de mencionar aquí que el Calumet comprende, junto a su simbolismo cuaternario, otro, ternario éste, que se refiere a los tres mundos, a los cuales corresponden respectivamente el cielo, los puntos cardinales y la tierra. Estos tres mundos, por lo demás, se encuentran también indicados, entre los indios cuervos (Crow, Absaroka), en la forma de tres anillos pintados en el mástil central de la Danza del Sol, mástil que significa el árbol de Vida o el Eje del Mundo, conforme al simbolismo hiperbóreo; son entonces interpretados como formando un ternario (en sentido ascendente «cuerpo, alma, espíritu», o «grosero, sutil, puro»).
Las funciones esenciales de la Existencia y sus dos fundamentos «paterno» y «materno -o «divino» y «existencial»— deben ser recordados y actualizados siempre de nuevo por el Calumet a fin de que el hombre no pierda nunca el contacto con el Todo, del que es como una partícula; el rito del Calumet equivale a una plegaria y a una consagración, pues «como ninguna cosa buena puede ser hecha por el hombre solo, quiero primero hacer una ofrenda y enviar una voz hacia el Espíritu del Mundo para que me ayude a ser verídico» (Alce Negro). Así pues, el Calumet es pontifex : es el instrumento «eucarístico» que une al hombre, perseguido como está por las mordeduras de lo «finito» al Infinito, y esto explica la veneración y el amor que los indios le manifiestan.
Esto nos lleva a considerar otro aspecto de este rito en el que aparece la analogía entre el humo del tabaco sagrado (kinni-kinnik) y el incienso: en la mayoría de las tradiciones, el incienso es en cierto modo la «respuesta humana» a la Presencia divina; por consiguiente, el humo indica la «presencia espiritual» del hombre frente a la Presencia sobrenatural10 de Dios, como lo enuncia este encantamiento iroqués: «¡Salud! ¡Salud! ¡Salud!
Tú que has creado todas las cosas, escucha nuestra voz. Obedecemos ahora a tus
Mandamientos. Lo que Tú has creado vuelve hacia Ti, el humo del tabaco (sagrado) se eleva hacia Ti, por lo que se ve que nuestra palabra es verídica».

En el rito del Calumet el hombre representa el estado de «individuación»; el espacio-con sus seis direcciones— representa lo Universal en el que lo individual debe, transmutándose, reabsorberse; el humo que se pierde en el espacio y que se identifica con él, indica esta transmutación de lo «endurecido», «opaco» o «formal», en lo «disuelto», «transparente» o «informal»; indica, al mismo tiempo, la irrealidad del «yo», y por consiguiente la del mundo, que, espiritualmente, se identifica con el microcosmos humano.
Pero esta reabsorción del humo en el espacio —que «es Dios»— transcribe igualmente el misterio de la «identidad» en virtud de la cual, para hablar en términos sufíes, «el sabio no ha sido creado»: el hombre no es sino ilusoriamente un «peso» sustraído del espacio y aislado en él; en realidad él «es» este espacio, y «debe convertirse en lo que es», como dicen las Escrituras hindúes.
El hombre, al absorber con el humo sagrado el «perfume de la Gracia», y al exhalarse con él hacia lo ilimitado, se expande sobrenaturalmente en el «Espacio divino», si así puede decirse; pero Dios es también representado por el fuego que consume al tabaco: este último es el hombre o, desde el punto de vista macrocósmico, el Universo; el espacio se «encarna» aquí en el fuego del Calumet, como los puntos cardinales se unen, según otro simbolismo, en el fuego central.
Según Hehaka Sapa, «todo lo que hace un indio, lo hace en un círculo, y es así porque el Poder del Universo actúa siempre mediante círculos, y todas las cosas tienden a ser redondas. En los días de antaño, cuando éramos un pueblo fuerte y feliz, recibíamos todo nuestro poder del círculo sagrado de la nación, y mientras el círculo permanecía entero, el pueblo florecía. El árbol florido era el centro vivo del círculo, y el círculo de las cuatro direcciones lo nutría. El Este daba la paz y la luz, el Sur el calor, el Oeste la lluvia, y el Norte, con su viento frío y potente, daba la fuerza y la resistencia.
Este conocimiento nos vino del mundo exterior (el Mundo trascendente, el Universo), con nuestra religión. Todo lo que hace el Poder del Universo lo hace en forma de círculo. El cielo es circular, y he oído decir que la tierra es redonda como una bola, y también las estrellas son redondas. El viento, en su fuerza máxima, se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculos, pues tienen la misma religión que nosotros… Nuestras tiendas (tipis) eran circulares como los nidos de los pájaros y estaban siempre dispuestas en círculo: el centro de la nación, un nido hecho de muchos nidos, en el que el Gran Espíritu quería que cobijáramos a nuestros hijos.» ( Black Elk Speaks.)
Así pues, todas las formas estáticas de la existencia se hallan determinadas por un arquetipo «concéntrico», material o mental; centrado en su ego cualitativo, «totémico», casi impersonal, el indio tiende a la independencia, y por consiguiente a la indiferencia, respecto al mundo externo; se rodea de silencio como si éste fuera un círculo mágico, y este silencio es sagrado porque transmite las influencias celestes. El indio extrae su fuerza espiritual de este silencio, cuyo soporte natural es la soledad; su oración ordinaria es muda: lo que ésta exige no es un pensamiento, sino una «consciencia del Espíritu», y esta «consciencia» es inmediata e informal como la bóveda celeste.
Si el Gran Espíritu actúa siempre «mediante círculos», desde otro punto de vista también actúa siempre «mediante cuaternidades», como lo indican las direcciones espaciales y los ciclos temporales, y entonces el círculo se convierte en esvástica, por esto el indio, cuya vida se desarrolla en cierto modo entre el punto central y el espacio ilimitado, realiza las cosas estáticas según el principio circular o unitivo, y las cosas dinámicas —las acciones— según el principio cuaternario, es decir, en conformidad con las cuatro virtudes cardinales que son para él el valor, la paciencia, la generosidad y la fidelidad.
Esta estructura profunda de la vida india significa que el hombre rojo no se propone «fijarse» en esta tierra en la que todo, según la ley de estabilización y también de condensación, y aun de «petrificación», amenaza con «cristalizarse»; y esto explica la aversión del indio hacia las casas, sobre todo las de piedra, y también la ausencia de una escritura que, según esta perspectiva, «fijaría» y «mataría» el flujo sagrado del espíritu. La civilización europea, por el contrario, tanto en sus formas dinámicas como en sus formas estáticas, es profundamente sedentaria y urbana: está, pues, anclada en el espacio y se extiende cuantitativamente por él, mientras que la civilización india tiene su eje en cierto modo fuera del espacio, en el centro principal, no localizado; su expansión será por consiguiente «cualitativa», en el sentido de que no es sino movimiento puro, símbolo de lo ilimitado, y no delimitación cuantitativa, «mercantil», de la extensión espacial.
Por lo demás, importa precisar aquí que el Cristianismo, como otras religiones del «Viejo Mundo», fija lo Celestial en el plano terrestre y construye santuarios con la materia más estática, la piedra; la tradición de los pieles rojas, por su parte, integra lo terrestre —lo «espacial» si se quiere— en lo Celestial omnipresente, y también por esto la tierra debe permanecer intacta, virgen, sagrada, tal como ha salido de las Manos divinas —pues sólo las cosas puras reflejan lo Eterno. El indio no es «panteísta», pero sabe que el mundo está misteriosamente sumergido en Dios.
Lo que acabamos de decir permitirá comprender por qué la naturaleza —paisaje, cielo, estrellas, elementos, animales salvajes— es un soporte necesario de la tradición de los pieles rojas al mismo nivel que los templos para las demás religiones; todas las limitaciones impuestas a la naturaleza por obras artificiales, pesadas, inamovibles —e impuestas al hombre por su esclavitud respecto a ellas— son, pues, sacrílegas, incluso «idólatras », y llevan en sí mismas los gérmenes de la muerte15. Resulta de este modo de ver que el destino de los pieles rojas es trágico en el sentido propio del término: es trágica una situación sin salida que resulta, no de una causa fortuita, sino del choque fatal de dos principios.
El aplastamiento de la raza india es trágico porque el hombre rojo no podía sino vencer o morir; ha sucumbido porque representaba un espíritu incompatible con el » mercantilismo de los «rostros pálidos». Podría definirse este drama inmenso como la lucha, no sólo entre una civilización mercantil y materialista y otra caballeresca y espiritualista, sino también entre la civilización urbana —en el sentido estrictamente humano y peyorativo de este término, que implica una idea de «artificio» y de «servilismo»— y el reino de la Naturaleza, considerada como la vestidura majestuosa, pura e ilimitada, del espíritu divino. Ahora bien, la Naturaleza, de la que el indio se siente como la encarnación y que es al mismo tiempo su santuario, acabará por vencer a este mundo artificial y sacrílego, pues ella es la Vestidura, el Hábito, la Mano misma del Gran Espíritu.
Link a la primera parte: http://historiaojodehalcon.blogspot.com.ar/2017/06/la-espiritualidad-de-los-nativos-1-parte.html

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